... o de su puta madre ...
El paquete del atleta desprevenido, digo desprevenido por que a la vista esta que no lleva ropa interior, con lo que su entrepierna no invita, precisamente, a la imaginación. ¿Será este mi premio?¿La contemplación atónita de un miembro viril en la más libre extensión de la palabra?¿O simplemente el coqueteo premeditado con un desconocido que va ensañando algo más que sus credenciales? Creo que no. Y si fuese así, me dejaría llevar por el río de metal y alquitrán (también conocido como carretera-coches) y así ver a donde mis pies dan a parar.
Un mañana calurosa me acompaña por un Madrid que siempre resulta desconocido e ingrato, a ojos del espectador habitual, claro esta. El espectáculo empieza muy pronto, la ciudad enciende sus motores gracias a un cielo azul inmenso que parece que todo invade y que todo dignifica, como digo parece. Las carencias de las personas que hacen de Madrid, lo que es, nada por decir algo, son las que hacen grande (o pequeña) esta ciudad. La persona que corre decepcionada en busca de un empleo, la chica ligera y orgánica que comulga con el medio a través de un "buenrrollismo" que exaspera o el ejecutivo que tiene tiempo para todo menos para si mismo.
Necesidades que se intentan cubrir acudiendo a espacios de recreo, de ocio o simplemente espacios al aire libre. Lo que muchos no saben es que cuando las luces apuntan en dirección oeste, salen de sus guaridas los conocidos como foráneos (turistas) que van equipados con todo lo necesario para hacer de su visita a la capital de un país en el Sur de Europa algo que contar a sus más allegados a la vuelta a sus originales lugares de residencia. Se les ve venir, son curiosos y cualquier piedra en su camino es digna de ser recordada. Curiosas estas personas. Se mezclan con los autóctonos en una simbiosis casi mística, mística por que tanto para unos como para los otros, pasan desapercibidos, por que están más pendientes de cubrir ese "vacío" con actividades que muchas veces son norma. O cotidianas o habituales, o diarias o rutina...
El caso es que ahí estoy Yo, leyendo. Resguardado por un autor del lejano Oriente, en la seguridad de mis piernas cruzadas y de ese pantalón cómodo que me queda grande (Dos tallas más, de hecho), observando, curioseando y leyendo. De repente ya no estoy en Madrid, estoy en el Setsuoagán y me atiende Kazu con su obi atado al estilo rural y una actitud de porcelana pero a la vez cercana. El sol me ciega, alzo la vista y un pequeño bosque contemplo, hay ruido de agua, pisadas y risas por doquier... ¿Ahora?¿Dónde estoy?¿Me he transmutado en un ser ermitaño y esquivo?¿Por qué ni los turistas me preguntan la hora?¿Será porque no llevo reloj?¿Y si es así?¿Para qué?¿No estaba Yo, siendo participe de las elecciones para gobernador en Tokio? Pues entonces dejémonos llevar por la absoluta descripción de las miras concupiscientes y los sentimientos anodinos.
O no.
El paquete del atleta desprevenido, digo desprevenido por que a la vista esta que no lleva ropa interior, con lo que su entrepierna no invita, precisamente, a la imaginación. ¿Será este mi premio?¿La contemplación atónita de un miembro viril en la más libre extensión de la palabra?¿O simplemente el coqueteo premeditado con un desconocido que va ensañando algo más que sus credenciales? Creo que no. Y si fuese así, me dejaría llevar por el río de metal y alquitrán (también conocido como carretera-coches) y así ver a donde mis pies dan a parar.
Un mañana calurosa me acompaña por un Madrid que siempre resulta desconocido e ingrato, a ojos del espectador habitual, claro esta. El espectáculo empieza muy pronto, la ciudad enciende sus motores gracias a un cielo azul inmenso que parece que todo invade y que todo dignifica, como digo parece. Las carencias de las personas que hacen de Madrid, lo que es, nada por decir algo, son las que hacen grande (o pequeña) esta ciudad. La persona que corre decepcionada en busca de un empleo, la chica ligera y orgánica que comulga con el medio a través de un "buenrrollismo" que exaspera o el ejecutivo que tiene tiempo para todo menos para si mismo.
Necesidades que se intentan cubrir acudiendo a espacios de recreo, de ocio o simplemente espacios al aire libre. Lo que muchos no saben es que cuando las luces apuntan en dirección oeste, salen de sus guaridas los conocidos como foráneos (turistas) que van equipados con todo lo necesario para hacer de su visita a la capital de un país en el Sur de Europa algo que contar a sus más allegados a la vuelta a sus originales lugares de residencia. Se les ve venir, son curiosos y cualquier piedra en su camino es digna de ser recordada. Curiosas estas personas. Se mezclan con los autóctonos en una simbiosis casi mística, mística por que tanto para unos como para los otros, pasan desapercibidos, por que están más pendientes de cubrir ese "vacío" con actividades que muchas veces son norma. O cotidianas o habituales, o diarias o rutina...
El caso es que ahí estoy Yo, leyendo. Resguardado por un autor del lejano Oriente, en la seguridad de mis piernas cruzadas y de ese pantalón cómodo que me queda grande (Dos tallas más, de hecho), observando, curioseando y leyendo. De repente ya no estoy en Madrid, estoy en el Setsuoagán y me atiende Kazu con su obi atado al estilo rural y una actitud de porcelana pero a la vez cercana. El sol me ciega, alzo la vista y un pequeño bosque contemplo, hay ruido de agua, pisadas y risas por doquier... ¿Ahora?¿Dónde estoy?¿Me he transmutado en un ser ermitaño y esquivo?¿Por qué ni los turistas me preguntan la hora?¿Será porque no llevo reloj?¿Y si es así?¿Para qué?¿No estaba Yo, siendo participe de las elecciones para gobernador en Tokio? Pues entonces dejémonos llevar por la absoluta descripción de las miras concupiscientes y los sentimientos anodinos.
O no.
1 Comentarios:
Un cielo azul q ya no dice NÁ
q ya no hace un Madrid ideal para pasar las mañanas de locas del coño paseando por la tan imparable GRAN VÍA.
Sí, por mucho q los escritores se empeñen en grabarnos con sudor y sangre q Madrid es una ciudad donde brilla un cielo estelar todo depende del color con el q se mire O no?!
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