De vuelta a la ciudad y con un tono de piel propio de otras latitudes, (no es algo nuevo, el moreno de mi piel, digo, pero al parecer se ha intensificado por obvias razones), uno vuelve a retomar hábitos que por unas u otras razones había abandonado. Abandonar, abandonar... no, pero, en el último mes mi actividad sexual se ha visto incrementada en comparación con el resto del año.
Presentado el contexto de mi vida erótica-afectiva, hablemos de lo que importa: SEXO. El sexo vende. El sexo es el perfecto asesino de esas calorías que tanto te deprimen. El sexo redime. El sexo une. El sexo humilla (por placer o no). El sexo, el sexo... Al parecer todo es sexo y todo se ciñe a ello. Podríamos ir mas allá, para no quedarnos simplemente con el acto sexual en sí, y hablar de contacto. La necesidad de que otro traspase esas barreras que hemos creado a nuestro alrededor para intentar defender una identidad que se consume a si misma es común a todo hijo de vecino, asi que si andabas buscando un profeta, te has equivocado de persona. Digo obviedades y no hay nada mas obvio que el sexo. Por eso hablo de ello.
El sexo invade cada una de las parcelas de nuestra vida de una forma u otra. Como si fuese una plaga de termitas que carcome una secuoya. Aunque el resultado de la acción de las termitas es la destrucción de tan majestuoso árbol. ¿El sexo tiene las mismas consecuencias en nosotros? A priori y si nos ponemos alarmistas y reaccionarios podríamos pensar que sí. Un exceso de actividad sexual y una vida promiscua, dicen por ahí, te puede llevar por un camino no del todo saludable. Aunque yo no estoy hablando de eso, exactamente. Incluso la secuoya de la que hablo tiene forma fálica. ¿Habrá algún mensaje encriptado entre tanta metáfora?. No. O sí. No sé.
La finalidad del acto sexual no es la eyaculación, es el placer y el placer no sabe a semen. El placer es otra cosa. La finalidad de este blog no es hablar de mi, es hablar de lo que me da la gana. Al fin y al cabo, es la misma cosa.
0 Comentarios:
Publicar un comentario