Todo comenzó en Septiembre. Aunque el año comienza en enero la frenética actividad tiende a comenzar durante el noveno mes del año. Nueve. No creo en la numerología pero fue un once de septiembre cuando empecé a despedirme de Madrid. La fecha exacta, la hora o el número de vuelo no tienen cabida en mi memoria. Si hago un esfuerzo humano podría traerlo al presente pero prefiero tener en mente la iconica fecha, el coloso en llamas, la caída del imperio y cualquier otra gilipollez que se asocie a la tragedia. El oxímoron antes que el dato. Llegué a mediados de septiembre con dos maletas, un par de mallas negras, un cuaderno en blanco y la energía de cien elefantes que cruzan la jungla dejando constancia de su paso. Mi cuerpo, mi mente, mi corazón... Todo, digamos que todo mi ser tiene un pequeño recuerdo de todo aquello que ha sido, de lo que pudo ser no se sabe puesto que no fue y aunque la posibilidad sea el tono de lo onírico, cuando la tempestad es perpetua sinfonía, el sonido de las gotas de agua que embisten el suelo, marca el ritmo del tiempo. Todo, digamos que esto es tan solo una introducción.
Todo
Todo comenzó en Septiembre. Aunque el año comienza en enero la frenética actividad tiende a comenzar durante el noveno mes del año. Nueve. No creo en la numerología pero fue un once de septiembre cuando empecé a despedirme de Madrid. La fecha exacta, la hora o el número de vuelo no tienen cabida en mi memoria. Si hago un esfuerzo humano podría traerlo al presente pero prefiero tener en mente la iconica fecha, el coloso en llamas, la caída del imperio y cualquier otra gilipollez que se asocie a la tragedia. El oxímoron antes que el dato. Llegué a mediados de septiembre con dos maletas, un par de mallas negras, un cuaderno en blanco y la energía de cien elefantes que cruzan la jungla dejando constancia de su paso. Mi cuerpo, mi mente, mi corazón... Todo, digamos que todo mi ser tiene un pequeño recuerdo de todo aquello que ha sido, de lo que pudo ser no se sabe puesto que no fue y aunque la posibilidad sea el tono de lo onírico, cuando la tempestad es perpetua sinfonía, el sonido de las gotas de agua que embisten el suelo, marca el ritmo del tiempo. Todo, digamos que esto es tan solo una introducción.
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