VIEJA


Todo aquello que recorre mi mente y turbie mi pensamiento. Todo lo que altera mi conciencia y limita mi intelecto. Todo lo que provoca la flaqueza de mi espíritu, guerras sin batallas y tiempos marchitos. Todo lo que hiera mis sentimientos y destruya mi corazón. Todo no basta y la nada no es refugio para un maldito. Contaría la historia de una vieja señora. Ella pasaba todas las mañanas hablando del tiempo, tiempo pasado o tiempo futuro, nunca tiempo presente. Vivía en la melancolía de los días sin pan y las tormentas veraniegas. Nunca se había enamorado y lo que entendía por amor no era más que un sentimiento cristiano de misericordia perpetua. A pesar de ello no perdía la esperanza. Sus días estaban contados y todos sus sueños cabían en una pequeña habitación donde la luz negaba su presencia. Se movía a tientas en un espacio acotado por la limitación de su sueño, no podía dormir por las noches aunque justo antes de meterse en la cama se pintaba como una puerta, maquillaje en las pestañas y sombras de colores sobre sus holgados párpados. Una de las muchas tradiciones que tenía por hábito repetir cada día. Todo esto se pasa por mi cabeza. A lo mejor esa vieja soy yo. Hace ya varios días que no pego ojo. Algún dios me habrá negado ese privilegio. No recuerdo nada del tiempo en el que fui jóven, el tiempo pasa demasido rápido. He estado tan abajo. Enterrada en la tierra. Estaba tan ciega, no podía ver, tu paraíso no es para mi. Jamás podré amarle. No tengo la energía suficiente para engendrar un sentimiento que sea más grande que yo. Pintaré una vez más mis labios, de rojo. Clásico, intenso e infalible. Me arreglo para mis sueños. Aún espero el día en el que poder volver a formar castillos en el aire y cometer proezas sobrehumanas. Ahora soy una payasa que se pinta para irse a la cama. Mi cara no es el espejo de mi alma. Vendí mi alma al mejor postor. Estoy vacía por dentro. Solo soy lo que ves. Una superficie llana que no refleja la luz y que no alberga nada bueno. Corrosiva hasta la saciedad ya no me quedan fuerzas para luchar. El día a día es una insoportable tarea, no tengo suficiente pintalabios para ocultar como mis labios se cuartean y envejecen mi aspecto. Soy desagradable. ¿Por qué cruzar el umbral de la muerte no está al alcance de mi mano? Jamás he pensado en el suicidio, pero estoy rota otra vez. Descompuesta ante una vida sin ritmo, una vida sin ritmo no ha sido pensada para ser vivida entre cuatro paredes. Estoy encerrada por voluntad propia. ¡Jamás he tenido fe!  No podía ver. Encerrada en el abismo del ser. Encerrada en los mares vacuos de la inmensidad cósmica. Encerrada en el precipicio del desconcierto. Encerrada en la melancolía. Encerrada... las llaves que guardan mi prisión desconocen de cerraduras. Ahora qué. ¿Qué? Sin remedio para una enfermedad desconocida, mi vejez es el lastre que no permite mi muerte. Somnolienta. Arrastro mis pasos en un camino de cristales rotos. Vieja, añeja y desvencijada por un amor que no despierta. Amate a ti misma y podrás amar a quién te ame. ¡Vaya una falacia!




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