A mi telefonillo sólo llaman desconocidos. Esto no es una casa de putas, ya lo sé, pero a mi telefonillo sólo llaman desconocidos. Mis vecinos nunca bajan la basura. La escalera es el último reducto de la belleza, en mi edificio, claro. No hay más verdad que esa, pegada al suelo. La verdad del azulejo. Siempre me han gustado las verdades pisadas, una verdad pisada es como una noticia de papel mojado o de periódico caducado. Ambas son como mentira, pero no lo son. Mentira. La naturaleza de la mentira no es el cometido de este post. Estoy escribiendo un post a contratiempo. Digamos que no tengo mucho tiempo o tengo todo el tiempo del mundo y he decidido desempolvar viejas artes para llenar un hueco de tiempo entre una cosa y otra. Entre las rendijas del azulejo que piso o de las grietas de unas manos que ya han palpado la sal de tus labios. Tienes los ojos de Bette Davis, maricón. Punzantes y certeros como si leyeras el alma de un simple vistazo, al más incauto cristiano. Fiera. Lástima que ya no te dignes a mirar. A mirar como Bette Davis. Han vuelto a llamar el telefonillo, seguramente sea un desconocido.
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