Ridícula y Subnormal



No hay que forzar.

                      Sino elegir lubricante.


Descargar con furia los dedos.


Para sentir la furia nimia, en una bocanada de aire.




En la red. Espacio global.
Desdibujando el recuerdo de la subjetividad.



Roturar rotundamente los estampados para evitar con frenesí la nada.


Levantarle el vestido a la novia.


Con coño,
como todas las novias recién casadas, 
el matrimonio y el espectáculo. 

Ansía de vagina.
Material de plástico.
Infinito.
 Masculina.



Hormona de crecimiento,
vorágine de tratamientos.


Terapias de la vida.

 Obstrucción anal en una calle de Brooklyn. 


Silicona.


Superstar.


2 Comentarios:

Anormal dijo...

Quien escribiera en las láminas lustrosas de tu puerta anodina sería valiente si, al terminar, la dejara abierta para que los vientos menearan la casa disolviendo los rincones tétricos de las linternas sombrías.

Y el tránsito vaginal fluctuaría resoluto sin parecer ridículo y el escritor se haría profesional pétreo que trabaja técnicamente con las palabras muertas como trabaja el propagandista con epitafios.

Ah! Pero es que la República es otra cosa. Maricón y olé. Entreteniendo a los soldados con piernas que se alzan a los cielos del Hades. Ah, claro. Productos, fluídos, lampiños sentimientos que se tuvieron que hacer mayores. Maduración para poder ser comida. Como cuando había que ser alguien de provecho. Como cuando había que hacerse un nombre. Como cuando se era alguien somnoliento en busca de las luces que nunca habrán de llegar. Mecánicamente dentado, la letra. Técnicamente reproducida, la extensión infinita de los ahora. Copias bastarda, miriada de posibilidades condenadas a la mejor de las maneras. La formal.

Qué engaño !Hécate maligna¡ Tus noches no eran más que cristaleras de temporada. Y yo, quizás, una oferta de saldos.

Let out.

Juan Ríos dijo...

Gracias por este regalo de brillantez aristocrática.

 
 
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